Jerome Bruner (1995) enriqueció el aporte de Halliday (1982) con la comprobación de que “La adquisición de la comunicación lingüística y prelingüística tiene lugar, fundamentalmente, en el marco altamente restringido” del formato madre-hijo. Entiende por formato “una interacción rutinizada y repetida en la cual el adulto y el niño hacen cosas entre sí y respecto al otro”.
Los formatos proporcionan los elementos para que el niño llegue a producir actos de habla, y esto se construye en la vida hogareña con sus padres o cuidadores. Desde los formatos de juegos y las rutinas de la vida diaria, el niño abstrae el esquema de interacción y lo aplica en otros contextos.
En este proceso, es fundamental la búsqueda de regularidades en el mundo que rodea al niño, así como la sistematicidad en el marco restringido de la interacción familiar, y la capacidad, tanto desde el punto de vista cognitivo como del de la comunicación, para seguir reglas abstractas. Se trata de las facultades cognitivas que Bruner plantea como dispositivos elementales que le permiten al niño adquirir el lenguaje. Todo lo mencionado constituye el cimiento preverbal del lenguaje verbal, que se manifestará en la producción de actos de habla. Estos formatos son sumamente difíciles de crear en una situación evaluativa, razón por la cual recurrimos a la presencia de los padres para disponer de una estructura predecible de acción recíproca durante la evaluación.